Poder y corrupción I

AUTOR: Patricio Durán

“El poder tiene tendencia a corromperse y el poder absoluto a corromperse absolutamente”. Esta es la famosa frase de Lord John Emerich Edward Dalberg-Acton, mejor conocido como Lord Acton, citada siempre en contextos de corrupción. Como católico, Lord Acton veía en la corrupción la presencia del “pecado original”. Esta expresión, no la realidad, fue creada por San Agustín. Con ella quería expresar la visión bíblica según la cual “la tendencia del corazón es mala desde la infancia”, (Génesis 8,21). Por esta razón, en lugar de pecado original, la tradición cristiana usaba la expresión corrupción en su sentido etimológico: tener un corazón (cor) roto (ruptus), o simplemente ser “homo corruptus”.

Kant decía: “somos un leño torcido del que no se pueden sacar tablas rectas”. En otras palabras, en el ser humano hay una corrupción básica que se manifiesta en sumo grado en los portadores de poder. ¿Por qué precisamente en ellos? Nadie mejor que Thomas Hobbes para respondernos en su “Leviatán”: “destaco, como tendencia general de todos los seres humanos, un perpetuo e inquieto deseo de poder y más poder, que sólo termina con la muerte. La razón de esto reside en el hecho de que sólo es posible mantener el poder buscando todavía más poder”.

Existe, por lo tanto, una relación estrecha entre poder y corrupción. Corrupción es el uso del poder en beneficio propio. El beneficio puede ser dinero, tráfico de influencias, proyección, tratamiento especial. Es fundamental el secreto en las transacciones, porque son inmorales o ilegales. Pasiva o activamente, se echa mano de regalos, presiones, fraudes, sobornos y nepotismo. Corrupto es quien soborna o acepta ser sobornado, para garantizar beneficios para sí, para un partido o para el gobierno. El punto clave es el abuso de la posición de poder. Continuará.