La Plaza de Toros Quito conmemoró 58 años de inauguración

Multitud. Cada tarde de corrida la plaza reunió a miles de espectadores. (Foto: Andrea Grijalva)
Multitud. Cada tarde de corrida la plaza reunió a miles de espectadores. (Foto: Andrea Grijalva)

La Feria Jesús del Gran Poder fue el núcleo de las fiestas de la ciudad que generaban alrededor de cien mil empleos.

Por: Santiago Aguilar• La Plaza de Toros Quito cumplió el pasado lunes 5 de marzo 58 años de su inauguración, efeméride marcada por la vigencia de la suspensión de los espectáculos taurinos en el monumental recinto. El cierre de puertas de la arena capitalina y su anual Feria del Jesús del Gran Poder derivó de la consulta popular llevada a cabo en mayo de 2011.

El caso es que para dimensionar las causas y consecuencias de la interrupción del prestigioso ciclo de corridas debemos, necesariamente, ubicar el tema en el contexto del momento político que vivieron nuestra ciudad y el país en circunstancias en que el Régimen de Rafael Correa estableció un esquema de gobierno que indujo la fractura de las relaciones sociales, condicionó la conducta de los ciudadanos, deslegitimó el pensamiento diverso y coartó la libertad de expresión montando una estructura prohibicionista que objetó e impidió –en este y en otros ámbitos- el ejercicio pleno del libre albedrío.

El acto político de 2011 mutiló al espectáculo taurino con la interdicción del último tercio de la corrida y, además, licenció la sinrazón pues, el toro puede ser apuntillado en el chiquero pocos segundos después de su lidia. Claro está que la injerencia de la política en la cultura jamás trae buenos resultados, en este caso la demagógica fórmula descolocó a los actores taurinos, incomodó a los aficionados e infringió un grave perjuicio a la ciudad y su gente.

La desafortunada intervención del ahora cuestionado gobernante causó la no realización de la Feria de Quito durante los últimos seis años y ha determinado la gradual desaparición de las tradicionales festividades por la fundación de la ciudad al perderse su espectáculo central, al punto que la urbe durante la primera semana de diciembre resulta irreconocible para propios y extraños. Aquel ambiente cargado de júbilo y emoción es por ahora un recuerdo que lastima a quienes amamos a Quito por su enorgullecedora historia, por su extraordinaria riqueza cultural, por su diversidad social, por la capacidad de sus habitantes para trabajar con creatividad y esfuerzo y, sobre todo, por su vocación de libertad.

Las calles, parques y avenidas de momento ya no son el sitio de encuentro de los quiteños y visitantes para festejar a la capital; los hoteles, restaurantes y bares sufren en soledad la pérdida de sus ingresos; los proveedores de bienes y servicios intentan en vano recuperar sus ventas; los microempresarios, artesanos, informales, transportistas, vigilantes, músicos, artistas y comerciantes; se suman a los toreros, ganaderos, subalternos, mozos de espadas, areneros, acomodadores, albañiles, electricistas, pintores, carpinteros; entre muchos más, que sienten en carne propia un severo revés económico que lesiona también a las cuentas municipales y estatales por la merma de los ingresos tributarios.

La Feria Jesús del Gran Poder, núcleo de la gran celebración metropolitana que hasta hace un lustro programaba centenares de actos estrechamente vinculados a la actividad turística generaban alrededor de cien mil empleos directos e indirectos motivados por un movimiento económico superior a los 50 millones de dólares que servía de dínamo para las finanzas de la ciudad y sus habitantes que encontraban en los días de fiestas una lucrativa temporada alta de ventas, trabajo y júbilo.

Hoy, por ventura, el país vive tiempos distintos; los nuevos gobernantes intentan restablecer la institucionalidad, rescatar la honestidad y la ética y, sobre todo, construir el clima de libertad, tolerancia y respeto como la base de la verdadera cohesión social. El aparato taurino local y la industria turística promueven la recuperación de esta expresión cultural y actividad económica como una remediación del absurdo y como otra señal que caminamos en la dirección correcta. Quito y su gente se lo merecen.