Puerta 8

Andrés Pachano

Una cripta está abierta y…. ella espera, fría y solemne, a que concluya la procesión de cuerpo presente.

La puerta ocho del Cementerio General, en Guayaquil, abre sus hojas para dar paso a un improvisado y multitudinario coro que reza emotivo “…yo nací en esta tierra de las bellas palmeras…”; voces improvisadas que, cargadas del hondo sentimiento de un pueblo, llevan el catafalco de madera, casi gritando cual último responso, esos versos de quien los compuso, hoy yacente en el cariño popular. Su “…yo nací…” de “Madera de Guerrero” ha trocado ya en lo ineluctable: la muerte; su pueblo, el de su Guayaquil, traspasando la puerta ocho de su emblemática necrópolis, entrega a la tierra a su cantor popular, despide a Carlos Rubira Infante. Toma sentido entonces la dolida afirmación de su hija Gilda: “… fue interprete del mayor sentimiento ecuatoriano…”.

Si, Rubira Infante cantó cariñoso, muchas veces melodramático, a parte de la geografía ecuatoriana, a sus tragedias, a sus méritos; a esos íconos sencillos y casi anónimos de nuestra sufrida realidad, por eso “…esas personas están de duelo…”; Beatriz Parra, mujer culta, al referirse a este compositor ha dicho de él: “…músico dedicado a su música nacional que caló profundamente en la médula espinal de los ecuatorianos en general…” ; él conto, sencillo y con el lenguaje simple del común de los mortales, de la tierra, de la suya, de la nuestra: “…nací en ella y la quiero / y por ella aunque muera / la vida yo la diera…”. Así simple lo dijo, sin pretensiones, sin vanidades.

Había vivido en Ambato y cuando el terremoto del 49, a ella la dedicó, con su música y su palabra, el pasacalle “Altivo ambateño”, aquel reclame y grito de fé.

Cuando la saudade arremete en jóvenes ambateños en una noche capitalina en los años cuarenta (nos cuenta Rocio Silva), Gustavo Egüez Villacres sentenció que “Hoy hago un romance para Ambato” y se creó entonces “Ambato tierra de flores”; a este bellísimo poema, Rubira Infante le puso luego música; el ritmo festivo del pasacalle, quizá bucólico, se adaptó muy bien al espíritu del romance de Gustavo Egüez y desde entonces, verso y melodía, son el himno popular del ambateño.