El salón Suizo

José Naranjo

¡Buenos días Ernesto, Alberto por favor un tinto, Quintiliano una lustrada, señores buenos días!, nos sentábamos a compartir las últimas noticias tan frescas como el café pero con el sabroso aroma de la amistad y de la broma sana o de la ocurrencia que hacía explotar carcajadas, podías tomar el diario pero era mejor enterarse de propia boca de los últimos acontecimientos de la política, de lo social, de lo deportivo y hasta el más reciente obituario, es que cerca del medio día merodeaban allí hacendados, empresarios, banqueros, burócratas, médicos, autoridades, curas, políticos, también artistas de la mentira y la exageración, a veces un advenedizo y curiosamente casi nunca mujeres; no importaba la edad ni la filiación política, suficiente el respeto y el buen modo con los mayores y te aceptaban en su mesa, compartir con mi padre y sus amigos o con el abuelo y su grupo que a veces compartían una copa como aperitivo antes de ir a casa con los chismes calientitos; siempre fue enriquecedor oír sus experiencias de vida, sus anhelos, sus bromas o sus reprimendas al error o la maledicencia.

Esto se puede decir que equivaldría a las actuales redes sociales pero con la norme y sustancial diferencia de que no nos escondíamos tras un aparato para ocultar la identidad, se opinaba con educación, dando la cara y en ella se reflejaba claramente las intenciones si acaso eran buenas o malsanas, las vivencias del Ambato de ese entonces se extrañan y el Salón Suizo se recuerda como el agradable encuentro diario al calor de un café con la circunspecta figura de Ernesto Grob y su infaltable bocanada de humo y del tabaco entre sus dedos que escondían un fino sentido del humor que pocos conocían; y que decir de la señora Irma Push y su incomparable sazón en la cacerola de jamón con huevos que te relamías hasta el fondo con la amable atención de Alberto el salonero y Quintiliano el betunero.