Educación etérea

Daniel Marquez Soares

Cuando enfrentamos un problema concreto, pocas cosas resultan tan perjudiciales como abrazar una solución etérea. Imposibles de definir o de medir, una medida de este tipo nos permite camuflar cualquier acto bajo su etiqueta y, sobre todo, hace que sea imposible evaluar su impacto.

Siglos atrás, por ejemplo, los ejércitos, al enfrentar el muy concreto problema de una guerra solían confiar en la muy etérea solución de la “fe”. Cualquier cosa, desde rezar y ayunar, hasta flagelarse o perseguir herejes, podía considerarse “fe” y, si todo salía mal, era fácil hacer un diagnóstico sobre los motivos de la derrota: había faltado “fe”. Así, podían pasar siglos: acumulando fracasos, pero persiguiendo, llenos de esperanza, la “fe” que solucionaría todo. La misma receta de plantear una solución etérea y pasarse la vida persiguiéndola inútilmente es la de los modernos gurús y sus términos como “actitud positiva”, “mentalidad ganadora” o “proactividad innovadora”.

Como sociedad, los ciudadanos y los políticos también hemos entronado nuestra solución etérea: “educación”. No nos hemos puesto aún de acuerdo en qué significa “educación”, menos aun en cuál es la buena, pero todos estamos de acuerdo en que constituye la solución para todos nuestros problemas.

Para unos, educación equivale a títulos. Creen que un papel que certifique una licenciatura, maestría o doctorado es una especie de cheque al portador que basta presentárselo a la vida para que esta te otorgue una mejor remuneración; así, si todos tuvieran uno, el país sería próspero. Para otros, la educación es una especie de primaria perpetua, o de casa de abuelita ampliada, en la que los ciudadanos aprenden a ser responsables, considerados y a dejar de robar.

En el mundo entero, los principales protagonistas de la educación no consiguen aún explicar cómo sentarse en un pupitre a escuchar una recitación de información hiperespecializada u obsoleta puede remediar todos los problemas de un país. Pero nos sirve como fuente de esperanza y, al mismo tiempo, como excusa; y eso es lo que importa. Es más fácil creer que todos los problemas vienen de la falta de educación, y que se arreglan con esta, que enfrentar la complejidad de un diagnóstico y una solución concretos.

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