Educación y felicidad social

Las sociedades y los estados de América Latina y el Caribe necesitamos fortalecidos y empoderados sistemas de educación para enfrentar los desafíos críticos de este siglo. La educación es, ante todo, el instrumento mediante el cual la sociedad regenera una y otra vez las condiciones de su propia existencia.

La finalidad de la educación es formar en nosotros, precisamente, este ser social. Nuestra misión, como integrantes de una sociedad en permanente cambio, es mejorar y fortalecer el rol de la educación en general y de la educación superior en particular, para enfrentar con éxito los desafíos críticos al desarrollo.

La expansión de la matrícula en el sistema de educación superior es acompañada por una reducción en el gasto público, situación que genera gran variedad de instituciones de educación superior y amplias diferencias en la calidad de los graduados. No cabe duda que para una sociedad, la formación en el nivel superior es a la vez uno de los motores del desarrollo económico y uno de los polos de la educación para ciertos sectores de la población a lo largo de la vida.

Ya lo dijo en su época Benito Juárez: “La educación es fundamental para la felicidad social; es el principio en el que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos”. Es deber de los nuevos profesionales, cuyo guion aún no se ha escrito, no descuidar el ingenio ni las formas de la representación simbólica que, desde tiempos inmemoriales, salvan del olvido y el hastío.

Deben apostar a desafíos y retos en su calidad de servidores públicos, privados o en sus propios emprendimientos. “Todo trato que no eleva, rebaja”, aseguraba Nietzsche. Los maestros, enseñaron en la práctica. Demandaron compostura, pulcritud en la idea, rigurosidad en la investigación, contundencia en la argumentación. Aprendieron juntos de la contradicción, del debate como principio y el reconocimiento absoluto por la belleza y el peligro que habita en la palabra.

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