Noticias y no-noticias

Carlos Freile

Vittorio Messori señalaba con sorna que en realidad no existe la “opinión pública” sino la “opinión publicada”. Lo acabamos de comprobar hace una semana. En diferentes ciudades del Ecuador se realizaron marchas por la Vida, en defensa de los no nacidos y de sus madres. Según cifras de organismos independientes, en Guayaquil participaron más de cien mil personas, en Quito cerca de cuarenta mil, y en la misma tónica en las principales ciudades del Ecuador.

Sin embargo, esta que debería haber sido una noticia de primera plana no apareció en varios medios de comunicación; en alguno el redactor de turno informaba: “Decenas de personas participaron en marcha por la vida”; indudablemente no mentía, ya que cuarenta mil personas suman más de tres mil trescientas docenas, pero la redacción distorsiona la realidad de lo sucedido.

Frente a este hecho y a otros similares (por ejemplo, hace unas semanas se publicaba con foto la elección del Taita Carnaval en un remoto anejo de la Serranía profunda, pero no la declaratoria papal del martirio de un ecuatoriano) el ciudadano de a pie, sin poder ni representación, sin influencias ni palancas, sin compadrazgos ni amigos, se pregunta: ¿cuáles son los criterios que guían a los medios de comunicación para escoger la publicación de tal o cual noticia? Misterio insondable.

Pero no es un misterio la consecuencia de esta actitud: con ella se consigue que muchísimos miembros de la comunidad nacional ignoren hechos e iniciativas que a lo mejor les llevaría a pensar que no todo es como las “mayorías” inventadas en las salas de redacción que algunos medios pretenden.

Mucho se criticó al régimen de la década cancerígena por haber instituido un “estado de propaganda”, vayamos con cuidado porque desde hace mucho existe una “sociedad del silencio selectivo” en la cual se calla lo que incomoda a los que manejan ciertas riendas y se conduce a la recua por senderos ajenos a sus anhelos y convicciones. Resultado: existen dos países, uno conocido, de primera, y otro desconocido, de última.

Usted, lector, ¿a cuál de ellos pertenece?

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