Ecuador se lanza al rescate de su tesoro literario más antiguo tras terremoto

UNIVERSAL. En la biblioteca constan ejemplares en varias lenguas antiguas, provenientes de todo el mundo.
UNIVERSAL. En la biblioteca constan ejemplares en varias lenguas antiguas, provenientes de todo el mundo.

Redacción QUITO

AFP

La biblioteca del convento de Santo Domingo, la más valiosa del país, parece por estos días una unidad de terapia intensiva. Restauradores en bata blanca intentan alargar la vida de miles de libros, algunos con más de 500 años, afectados indirectamente por el terremoto.

Brocha en mano, los expertos retiran capas de polvo que cubren a estos enfermos de papel de la biblioteca Fray Ignacio de Quezada, en el Centro de la capital.

Los 33.500 ejemplares quedaron expuestos a la tierra y escombros que cayeron durante la restauración del techo del convento, luego de que el terremoto de 2016 estropeara el monasterio que guarda este tesoro literario.

Ramiro Endara, director de la Fundación Conservartecuador, que lidera el proyecto, toma con delicadeza una de las “joyas”: un libro con una inscripción que dice que perteneció a Fray Pedro Bedón, artista de la afamada escuela quiteña de arte colonial.

Ese libro es uno de los 26 incunables -publicaciones que datan de 1450 y 1500, en el albor de la imprenta moderna- que custodian los padres dominicos en su centenario convento. Una vez termine el proceso de restauración, irá a una caja fuerte.

Su limpieza y la del resto de ejemplares se financia con fondos de la Fundación Príncipe Claus de Holanda.

“Hemos investigado y esta es la biblioteca con mayor número de incunables (en el país). Por ello, esta es la biblioteca más valiosa que tiene el Ecuador, por sus contenidos de patrimonio bibliográfico”, comenta el restaurador.

Volúmenes monumentales
Sobre un atril de madera reposa un libro enorme, de unas 700 páginas. Es el primero de siete tomos de la Biblia políglota de París, hecha en 1645. Contiene el Pentateuco escrito en las variantes más antiguas de siete lenguas: hebreo, griego, arameo samaritano, arameo siriaco, arameo targúmico, latín y árabe.

Esos idiomas están “lo más cercanamente posible a las lenguas originales” en las que se escribieron los textos bíblicos, explica el filólogo José María Sanz.

“Las viejas traducciones -al estar más cerca de los textos originales y de una tradición viva- nos pueden haber conservado cosas que todavía hoy son útiles para el estudio de la Biblia”, agrega.

En el convento de Santo Domingo, construido en Quito en 1541, está también una Biblia políglota hecha en Inglaterra, en la que se suman otras dos lenguas: el persa y el etíope.

Otros 40 años
El libro más antiguo en la biblioteca de Santo Domingo es un incunable de 1482 editado en Venecia. “Los europeos llegan a América diez años después. Quito -donde este libro se conserva más de 500 años después- fue fundada en 1534”, cuenta emocionado Sanz al evocar la travesía por mar y tierra que alguien “amorosamente” hizo con un libro publicado antes de la conquista.

La limpieza de los libros, que pasan también por una cámara de plástico, conectada a un filtro que absorbe partículas de polvo, es un primer paso para su conservación.

Con el retiro del polvo “estamos alargando la vida por unos 40 años, siempre y cuando haya el mantenimiento periódico de las colecciones” y las estanterías, comenta Endara.

Hay ejemplares que están afectados por hongos y requieren un tratamiento diferente. Otros, como los corales del siglo XVII, escritos sobre la piel de un animal y decorados con pan de oro, necesitan un proceso de restauración para evitar que cambios de temperatura alteren su soporte.