Uber y Cabify

Este es un tema del cual ya se ha creado un “sentido común” o sea una idea aceptado por otros y a la cual su cuestionamiento siempre resulta más complicado. Me refiero a las grandes bondades que se atribuyen a estas aplicaciones y los males del servicio de taxis. Es cierto que algunas cooperativas actúan como verdaderas mafias con la venta de cupos y su servicio es deficiente, pero ahí el foco de atención debemos colocarlo en las autoridades a cargo de su control.

Es importante que partamos de que el transporte es un servicio público (para disgusto de algunos) según la constitución vigente, esto significa que al igual que la educación o la salud, además de ser derechos, también deben ser garantizados por el Estado como bienes inmateriales que nos pertenecen a todos y que se permite que puedan ser gestionados por actores privados. En este caso las cooperativas de taxis. Es público, porque las carreteras por las cuales se movilizan, el tránsito vehicular y la gasolina subvencionada es pagada con recursos públicos, con el dinero de todos los aportantes, por tanto, el Estado debe precautelar que el servicio sea proporcionado de forma idónea y eso se logra regulándolos, poniéndoles reglas y requisitos para su funcionamiento.

Uber y Cabify se nos presentan como el siguiente paso del progreso económico, por las facilidades tecnológicas y de pago que presentan, además de que su servicio es bueno y en eso, estoy de acuerdo. Pero, de economías colaborativas tienen poco, generalmente al igual que Glovo son formas de precarización y tercerización laboral.

Estas grandes transnacionales que usufructúan de la inversión pública vial y de los subsidios en combustibles, no retornan a la sociedad los beneficios que obtienen. Suelen tributar en paraísos fiscales como Delaware a pesar de estar facturando y ganando réditos en Ecuador.

Prohibir su funcionamiento es anacrónico ante los avances de la tecnología, pero dejar sin control y hacer la vista a un lado, como está haciendo el progresismo en esta país, es puro oportunismo político, hacer política es tomar partido aun cuando tu idea resulta en un comienzo impopular, pero sabiendo que es una cuestión de justicia social.