Ciencia y experiencia, el pensamiento de Luis A. Martínez

Susana Freire García• Uno de los mayores encantos de estudiar la historia de manera objetiva, es que nos permite comprobar -en más de una ocasión- que los temas que hoy se discuten con novedad, fueron abordados anteriormente con interés y solvencia. Este es el caso de la importancia de fomentar, desde temprana edad, el amor y el respeto hacia la naturaleza, y la necesidad de hacer de la agricultura una verdadera fuente de riqueza y de progreso para el país.

Estas propuestas, a inicios del siglo XX, se discutieron dentro de un contexto histórico, en el que el proyecto liberal apuntaba entre otras cosas, a formar ciudadanos laicos a través de una educación científica y práctica. Dentro de este panorama, varios intelectuales contribuyeron a la materialización de tales postulados y uno de ellos fue Luis A. Martínez (1869-1909), destacado escritor, pintor, intelectual y político de tendencia liberal. Colaboró en los Gobiernos de Eloy Alfaro y Galo Plaza. Fue así que para 1905 se desempeñó como Ministro de Instrucción Pública, haciendo efectivo el positivismo liberal que supo definir de este modo: “Aceptaremos todo lo que creamos aplicable en procedimientos científicos al país, así también como las leyes sancionadas por la experiencia (…), pues nuestro lema es Ciencia y Experiencia”.

Lo interesante del caso es que haciendo efectiva tal aseveración, materializó sus propuestas pedagógicas y literarias con sello propio. Una de ellas fue ‘A la Costa’, publicada en 1904, en la que quedó plasmada su especial inclinación por la agricultura y, a la vez, el fidedigno testimonio de los cambios sociales, políticos y económicos que atravesaba Ecuador en ese momento, colocando como uno de los ejes centrales de la trama el trabajo en el campo, como vía redentora para alcanzar el progreso moral y económico.

A la par de su novela, Martínez publicó en 1905 ‘Catecismo de Agricultura’, que fue adoptada como texto de estudio en los establecimientos estatales de la época, ya que, al igual que varios intelectuales, estaba convencido de que los niños, desde temprana edad, debían contar con nociones básicas sobre agricultura, para que en un futuro coadyuvasen al desarrollo sostenible del país.

Catecismo de agricultura
Conocedor de las dificultades que implicaban compendiar una ciencia tan basta como la agricultura, en un tratado pensado para niños de escuela, Martínez optó por concretarse solo al estudio de las tierras y cultivos pertenecientes a la Sierra. Para facilitar el trabajo de los maestros dividió su libro en cuatro partes: Agronomía, Cultivos Especiales Zootecnia y Economía Agrícola.

A partir de esta clasificación brindó las herramientas para que los niños adquieran conocimientos vinculados a las clases de suelos y abonos, clasificación de las plantas y periodo del año en el que podían sembrarse, rotación de cultivos, instrumentos para el labrado, la forma de riego de cada cultivo e inclusive el manejo administrativo de una hacienda.

Lo que buscaba Martínez, a través de su aporte, es que los alumnos aprendiesen a manejar responsablemente los recursos que la tierra les brindaba y a considerarla como una potencial fuente de riqueza, tanto individual como colectiva. Esto iba de la mano con los programas escolares que propiciaban la creación de huertos en cada centro de educación, para que los alumnos aplicaran los conocimientos en el aula, haciendo efectivo el postulado de “ciencia y experiencia”.

Hoy, por suerte, como si de un regreso cíclico se tratase, cada vez cobran más fuerza las iniciativas ciudadanas que apuestan por la tarea de crear huertos en los espacios urbanos, a fin de fortalecer la relación habitante- ciudad, desde una perspectiva que vincula el respeto a los derechos de la naturaleza, con una mejor calidad de vida y una necesaria autosustentabilidad. Como dijo Luis A. Martínez: “Cada árbol que se plante es un capital para el porvenir”.

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