Comunistas de allá y acullá

Carlos Freile

En Cuba acaba de fallecer Armando Sosa Fortuny, héroe de la resistencia democrática contra la tiranía comunista imperante en Cuba desde 1959. Murió en la cárcel. Pasó en ella un total de 43 años; se dice pronto, pero se sufre mucho. ¿Su crimen? El ya dicho: oponerse a la dictadura de los Castro. La pregunta revienta en la cara de todos los autodefinidos defensores de los Derechos Humanos, públicos y privados: ¿Dónde estaban y están? Varios disidentes siguen encarcelados: 30, 28, 22 años… Los comunistas cubanos han asesinado a su pueblo de manera sistemática, lo han empobrecido, hambreado, impelido al exilio… Y allí siguen. En su isla-prisión no existe ni igualdad, ni esperanza de mejora, tampoco la posibilidad de protestar y exigir mejorías aunque mínimas.

Lejos de Cuba, en Chile, los comunistas orquestan protestas por la subida de casi un 4% en el precio del pasaje en el Metro santiaguino; organizan marchas, piden la salida de Piñera y una nueva constitución; exigen mayores oportunidades para las mayorías y al mismo tiempo destruyen estaciones, queman supermercados, cometen toda clase de desmanes. Lo hacen al son de canciones en loor al asesino Che Guevara. Proclaman: “No son 30 pesos, son 30 años”. Pero, como todos los comunistas de este mundo, se olvidan de que en el gobierno socialista se elevó el pasaje del Metro en un 10% y ellos se quedaron dormidos. También durmieron cuando otro gobierno de izquierda privatizó las carreteras, y así. Esos cubanos que actúan en este momento en Chile, ¿por qué no vuelven a su patria bien despiertos y a exigir justicia, igualdad, etc.?

Aquí, en nuestro país, grupos pequeños pero organizados rompen la débil institucionalidad como primer paso para implantar un régimen totalitario, cuyas consecuencias siempre son las mismas, no importa si se ha aplicado en Europa, en Asia, en Africa y en América Latina: hambre y muerte, tiranía y hambre, hambre y opresión. No podemos olvidar las palabras de un obispo católico cubano, conocedor de primera mano del sistema: “Nadie escarmienta en comunismo ajeno”.

[email protected]

Carlos Freile

En Cuba acaba de fallecer Armando Sosa Fortuny, héroe de la resistencia democrática contra la tiranía comunista imperante en Cuba desde 1959. Murió en la cárcel. Pasó en ella un total de 43 años; se dice pronto, pero se sufre mucho. ¿Su crimen? El ya dicho: oponerse a la dictadura de los Castro. La pregunta revienta en la cara de todos los autodefinidos defensores de los Derechos Humanos, públicos y privados: ¿Dónde estaban y están? Varios disidentes siguen encarcelados: 30, 28, 22 años… Los comunistas cubanos han asesinado a su pueblo de manera sistemática, lo han empobrecido, hambreado, impelido al exilio… Y allí siguen. En su isla-prisión no existe ni igualdad, ni esperanza de mejora, tampoco la posibilidad de protestar y exigir mejorías aunque mínimas.

Lejos de Cuba, en Chile, los comunistas orquestan protestas por la subida de casi un 4% en el precio del pasaje en el Metro santiaguino; organizan marchas, piden la salida de Piñera y una nueva constitución; exigen mayores oportunidades para las mayorías y al mismo tiempo destruyen estaciones, queman supermercados, cometen toda clase de desmanes. Lo hacen al son de canciones en loor al asesino Che Guevara. Proclaman: “No son 30 pesos, son 30 años”. Pero, como todos los comunistas de este mundo, se olvidan de que en el gobierno socialista se elevó el pasaje del Metro en un 10% y ellos se quedaron dormidos. También durmieron cuando otro gobierno de izquierda privatizó las carreteras, y así. Esos cubanos que actúan en este momento en Chile, ¿por qué no vuelven a su patria bien despiertos y a exigir justicia, igualdad, etc.?

Aquí, en nuestro país, grupos pequeños pero organizados rompen la débil institucionalidad como primer paso para implantar un régimen totalitario, cuyas consecuencias siempre son las mismas, no importa si se ha aplicado en Europa, en Asia, en Africa y en América Latina: hambre y muerte, tiranía y hambre, hambre y opresión. No podemos olvidar las palabras de un obispo católico cubano, conocedor de primera mano del sistema: “Nadie escarmienta en comunismo ajeno”.

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Carlos Freile

En Cuba acaba de fallecer Armando Sosa Fortuny, héroe de la resistencia democrática contra la tiranía comunista imperante en Cuba desde 1959. Murió en la cárcel. Pasó en ella un total de 43 años; se dice pronto, pero se sufre mucho. ¿Su crimen? El ya dicho: oponerse a la dictadura de los Castro. La pregunta revienta en la cara de todos los autodefinidos defensores de los Derechos Humanos, públicos y privados: ¿Dónde estaban y están? Varios disidentes siguen encarcelados: 30, 28, 22 años… Los comunistas cubanos han asesinado a su pueblo de manera sistemática, lo han empobrecido, hambreado, impelido al exilio… Y allí siguen. En su isla-prisión no existe ni igualdad, ni esperanza de mejora, tampoco la posibilidad de protestar y exigir mejorías aunque mínimas.

Lejos de Cuba, en Chile, los comunistas orquestan protestas por la subida de casi un 4% en el precio del pasaje en el Metro santiaguino; organizan marchas, piden la salida de Piñera y una nueva constitución; exigen mayores oportunidades para las mayorías y al mismo tiempo destruyen estaciones, queman supermercados, cometen toda clase de desmanes. Lo hacen al son de canciones en loor al asesino Che Guevara. Proclaman: “No son 30 pesos, son 30 años”. Pero, como todos los comunistas de este mundo, se olvidan de que en el gobierno socialista se elevó el pasaje del Metro en un 10% y ellos se quedaron dormidos. También durmieron cuando otro gobierno de izquierda privatizó las carreteras, y así. Esos cubanos que actúan en este momento en Chile, ¿por qué no vuelven a su patria bien despiertos y a exigir justicia, igualdad, etc.?

Aquí, en nuestro país, grupos pequeños pero organizados rompen la débil institucionalidad como primer paso para implantar un régimen totalitario, cuyas consecuencias siempre son las mismas, no importa si se ha aplicado en Europa, en Asia, en Africa y en América Latina: hambre y muerte, tiranía y hambre, hambre y opresión. No podemos olvidar las palabras de un obispo católico cubano, conocedor de primera mano del sistema: “Nadie escarmienta en comunismo ajeno”.

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Carlos Freile

En Cuba acaba de fallecer Armando Sosa Fortuny, héroe de la resistencia democrática contra la tiranía comunista imperante en Cuba desde 1959. Murió en la cárcel. Pasó en ella un total de 43 años; se dice pronto, pero se sufre mucho. ¿Su crimen? El ya dicho: oponerse a la dictadura de los Castro. La pregunta revienta en la cara de todos los autodefinidos defensores de los Derechos Humanos, públicos y privados: ¿Dónde estaban y están? Varios disidentes siguen encarcelados: 30, 28, 22 años… Los comunistas cubanos han asesinado a su pueblo de manera sistemática, lo han empobrecido, hambreado, impelido al exilio… Y allí siguen. En su isla-prisión no existe ni igualdad, ni esperanza de mejora, tampoco la posibilidad de protestar y exigir mejorías aunque mínimas.

Lejos de Cuba, en Chile, los comunistas orquestan protestas por la subida de casi un 4% en el precio del pasaje en el Metro santiaguino; organizan marchas, piden la salida de Piñera y una nueva constitución; exigen mayores oportunidades para las mayorías y al mismo tiempo destruyen estaciones, queman supermercados, cometen toda clase de desmanes. Lo hacen al son de canciones en loor al asesino Che Guevara. Proclaman: “No son 30 pesos, son 30 años”. Pero, como todos los comunistas de este mundo, se olvidan de que en el gobierno socialista se elevó el pasaje del Metro en un 10% y ellos se quedaron dormidos. También durmieron cuando otro gobierno de izquierda privatizó las carreteras, y así. Esos cubanos que actúan en este momento en Chile, ¿por qué no vuelven a su patria bien despiertos y a exigir justicia, igualdad, etc.?

Aquí, en nuestro país, grupos pequeños pero organizados rompen la débil institucionalidad como primer paso para implantar un régimen totalitario, cuyas consecuencias siempre son las mismas, no importa si se ha aplicado en Europa, en Asia, en Africa y en América Latina: hambre y muerte, tiranía y hambre, hambre y opresión. No podemos olvidar las palabras de un obispo católico cubano, conocedor de primera mano del sistema: “Nadie escarmienta en comunismo ajeno”.

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