Los camarotes del Titanic

Ugo Stornaiolo

En abril de 1912 se hundió el Titanic, en la mayor catástrofe naviera de la historia, donde murieron 1514 personas. Una analogía: la crisis, las protestas y la violencia en América Latina de los últimos meses señalan, con ironía, “que migrar en América Latina equivale a cambiarse de camarote en el Titanic”.

El articulista argentino Carlos Pagni reflexiona sobre su país, sosteniendo que “cuando ocurre el colapso, los argentinos se dan cuenta que están en crisis”. En verdad, los acontecimientos de los últimos tiempos ponen a pensar en cambios, pero también en desequilibrios y presuntas teorías del caos y del complot, maquinadas desde Caracas, La Habana o Lovaina.

Los gobernantes deben entender que su situación se parece a la de la orquesta del Titanic, porque pueden ser síndicos de la quiebra (moral, política, social, económica e incluso de valores). La revuelta catalana, las insurrecciones de Quito, Bolivia, Perú, Costa Rica o Chile, los fingidos intentos de López Obrador para atrapar al hijo del “chapo” y los narcocarteles mexicanos, el viraje a la izquierda (con presencia de minorías con agenda propia) en Colombia o el triunfo kirchnerista (demostrando la corta memoria de los argentinos ante la corrupción), presentan un escenario frágil y peligroso.

Cabe reflexionar que el populismo solo funciona con altos precios de commodities. Lo contrario son autoritarismos, dictaduras y gobiernos arbitrarios, que incorporan la corrupción como denominador común. La existencia del Estado fallido venezolano (manejado por carteles del narcotráfico y guerrillas) es una evidencia.

¿Qué van a hacer Lenín Moreno, Sebastián Piñera, los mismos Evo Morales y Alberto Fernández, cuando comprendan que la situación de sus países es inmanejable? Tendrán que endeudarse para cumplir con demandas (o más bien caprichos) de grupos de presión que, con o sin razón, subvertirán el orden, de cualquier tendencia ideológica que sea.

Algunos, sobre todo los del socialismo del siglo XXI, verán inevitable un ajuste económico, que generará más estallidos de rabia en las calles, fruto de sociedades acostumbradas a la prebenda, al privilegio, al subsidio, al bono y todo lo que implique no trabajar. Si el Estado los malacostumbró, ¿por qué cambiar?

No es una primavera latinoamericana, como Budapest en 1954 o Praga en 1968, peor aún la primavera árabe de 2011. Es un fenómeno propio de una región inestable que debe buscar identidad propia, sin modelos o recetas ideológicas, económicas y políticas ajenas a su realidad.

[email protected]

Ugo Stornaiolo

En abril de 1912 se hundió el Titanic, en la mayor catástrofe naviera de la historia, donde murieron 1514 personas. Una analogía: la crisis, las protestas y la violencia en América Latina de los últimos meses señalan, con ironía, “que migrar en América Latina equivale a cambiarse de camarote en el Titanic”.

El articulista argentino Carlos Pagni reflexiona sobre su país, sosteniendo que “cuando ocurre el colapso, los argentinos se dan cuenta que están en crisis”. En verdad, los acontecimientos de los últimos tiempos ponen a pensar en cambios, pero también en desequilibrios y presuntas teorías del caos y del complot, maquinadas desde Caracas, La Habana o Lovaina.

Los gobernantes deben entender que su situación se parece a la de la orquesta del Titanic, porque pueden ser síndicos de la quiebra (moral, política, social, económica e incluso de valores). La revuelta catalana, las insurrecciones de Quito, Bolivia, Perú, Costa Rica o Chile, los fingidos intentos de López Obrador para atrapar al hijo del “chapo” y los narcocarteles mexicanos, el viraje a la izquierda (con presencia de minorías con agenda propia) en Colombia o el triunfo kirchnerista (demostrando la corta memoria de los argentinos ante la corrupción), presentan un escenario frágil y peligroso.

Cabe reflexionar que el populismo solo funciona con altos precios de commodities. Lo contrario son autoritarismos, dictaduras y gobiernos arbitrarios, que incorporan la corrupción como denominador común. La existencia del Estado fallido venezolano (manejado por carteles del narcotráfico y guerrillas) es una evidencia.

¿Qué van a hacer Lenín Moreno, Sebastián Piñera, los mismos Evo Morales y Alberto Fernández, cuando comprendan que la situación de sus países es inmanejable? Tendrán que endeudarse para cumplir con demandas (o más bien caprichos) de grupos de presión que, con o sin razón, subvertirán el orden, de cualquier tendencia ideológica que sea.

Algunos, sobre todo los del socialismo del siglo XXI, verán inevitable un ajuste económico, que generará más estallidos de rabia en las calles, fruto de sociedades acostumbradas a la prebenda, al privilegio, al subsidio, al bono y todo lo que implique no trabajar. Si el Estado los malacostumbró, ¿por qué cambiar?

No es una primavera latinoamericana, como Budapest en 1954 o Praga en 1968, peor aún la primavera árabe de 2011. Es un fenómeno propio de una región inestable que debe buscar identidad propia, sin modelos o recetas ideológicas, económicas y políticas ajenas a su realidad.

[email protected]

Ugo Stornaiolo

En abril de 1912 se hundió el Titanic, en la mayor catástrofe naviera de la historia, donde murieron 1514 personas. Una analogía: la crisis, las protestas y la violencia en América Latina de los últimos meses señalan, con ironía, “que migrar en América Latina equivale a cambiarse de camarote en el Titanic”.

El articulista argentino Carlos Pagni reflexiona sobre su país, sosteniendo que “cuando ocurre el colapso, los argentinos se dan cuenta que están en crisis”. En verdad, los acontecimientos de los últimos tiempos ponen a pensar en cambios, pero también en desequilibrios y presuntas teorías del caos y del complot, maquinadas desde Caracas, La Habana o Lovaina.

Los gobernantes deben entender que su situación se parece a la de la orquesta del Titanic, porque pueden ser síndicos de la quiebra (moral, política, social, económica e incluso de valores). La revuelta catalana, las insurrecciones de Quito, Bolivia, Perú, Costa Rica o Chile, los fingidos intentos de López Obrador para atrapar al hijo del “chapo” y los narcocarteles mexicanos, el viraje a la izquierda (con presencia de minorías con agenda propia) en Colombia o el triunfo kirchnerista (demostrando la corta memoria de los argentinos ante la corrupción), presentan un escenario frágil y peligroso.

Cabe reflexionar que el populismo solo funciona con altos precios de commodities. Lo contrario son autoritarismos, dictaduras y gobiernos arbitrarios, que incorporan la corrupción como denominador común. La existencia del Estado fallido venezolano (manejado por carteles del narcotráfico y guerrillas) es una evidencia.

¿Qué van a hacer Lenín Moreno, Sebastián Piñera, los mismos Evo Morales y Alberto Fernández, cuando comprendan que la situación de sus países es inmanejable? Tendrán que endeudarse para cumplir con demandas (o más bien caprichos) de grupos de presión que, con o sin razón, subvertirán el orden, de cualquier tendencia ideológica que sea.

Algunos, sobre todo los del socialismo del siglo XXI, verán inevitable un ajuste económico, que generará más estallidos de rabia en las calles, fruto de sociedades acostumbradas a la prebenda, al privilegio, al subsidio, al bono y todo lo que implique no trabajar. Si el Estado los malacostumbró, ¿por qué cambiar?

No es una primavera latinoamericana, como Budapest en 1954 o Praga en 1968, peor aún la primavera árabe de 2011. Es un fenómeno propio de una región inestable que debe buscar identidad propia, sin modelos o recetas ideológicas, económicas y políticas ajenas a su realidad.

[email protected]

Ugo Stornaiolo

En abril de 1912 se hundió el Titanic, en la mayor catástrofe naviera de la historia, donde murieron 1514 personas. Una analogía: la crisis, las protestas y la violencia en América Latina de los últimos meses señalan, con ironía, “que migrar en América Latina equivale a cambiarse de camarote en el Titanic”.

El articulista argentino Carlos Pagni reflexiona sobre su país, sosteniendo que “cuando ocurre el colapso, los argentinos se dan cuenta que están en crisis”. En verdad, los acontecimientos de los últimos tiempos ponen a pensar en cambios, pero también en desequilibrios y presuntas teorías del caos y del complot, maquinadas desde Caracas, La Habana o Lovaina.

Los gobernantes deben entender que su situación se parece a la de la orquesta del Titanic, porque pueden ser síndicos de la quiebra (moral, política, social, económica e incluso de valores). La revuelta catalana, las insurrecciones de Quito, Bolivia, Perú, Costa Rica o Chile, los fingidos intentos de López Obrador para atrapar al hijo del “chapo” y los narcocarteles mexicanos, el viraje a la izquierda (con presencia de minorías con agenda propia) en Colombia o el triunfo kirchnerista (demostrando la corta memoria de los argentinos ante la corrupción), presentan un escenario frágil y peligroso.

Cabe reflexionar que el populismo solo funciona con altos precios de commodities. Lo contrario son autoritarismos, dictaduras y gobiernos arbitrarios, que incorporan la corrupción como denominador común. La existencia del Estado fallido venezolano (manejado por carteles del narcotráfico y guerrillas) es una evidencia.

¿Qué van a hacer Lenín Moreno, Sebastián Piñera, los mismos Evo Morales y Alberto Fernández, cuando comprendan que la situación de sus países es inmanejable? Tendrán que endeudarse para cumplir con demandas (o más bien caprichos) de grupos de presión que, con o sin razón, subvertirán el orden, de cualquier tendencia ideológica que sea.

Algunos, sobre todo los del socialismo del siglo XXI, verán inevitable un ajuste económico, que generará más estallidos de rabia en las calles, fruto de sociedades acostumbradas a la prebenda, al privilegio, al subsidio, al bono y todo lo que implique no trabajar. Si el Estado los malacostumbró, ¿por qué cambiar?

No es una primavera latinoamericana, como Budapest en 1954 o Praga en 1968, peor aún la primavera árabe de 2011. Es un fenómeno propio de una región inestable que debe buscar identidad propia, sin modelos o recetas ideológicas, económicas y políticas ajenas a su realidad.

[email protected]