Riesgo, incomodidad

Andrés Pachano

Circule usted en un vehículo, sea en un automóvil o en un bus de transporte urbano por ejemplo, a la hora de ingreso o salida de los centros educativos en el centro de la urbe y le invadirá el miedo o al menos se le crispará el ánimo. Circulará usted por esas calles, presa de la incertidumbre en la espera de que algún inquieto niño se cruce de improviso por esas vías repletas de carros, unos que se movilizan, otros parqueados en las veredas y muchos haciendo doble fila; circulará usted por calles atestadas de vendedores ávidos de captar el apetito de infantes golosos. Vivirá entonces momentos de inquietante furor de su adrenalina. El riesgo de un accidente es grande. Cierto es que existe presencia de Agentes Municipales de Tránsito que ayudan al orden y contribuyen a la seguridad y fluidez del tránsito, verdad es que minimizan el riesgo, pero no son suficientes para eliminarlo.

Hay ejemplos patentes; referiré solo dos. El uno, altamente riesgoso dada la densidad de tráfico vehicular, es el que se produce en la calle Montalvo a la altura del puente Luis A. Martínez, en el sitio que funciona el establecimiento que antes lo conocíamos como Jardín de Infantes Irene Caicedo (no sé como se llamará ahora en esta “edad post moderna”); es caótico el tránsito por el sector en horas de ingreso y salida de clases de niños en edad preescolar. ¿Por qué no hacerlo, no por la calle Montalvo (dígase puente Luis A. Martínez), sino por la calle La Delicia, que tiene menor índice de tránsito?; una escuela particular, privada, adyacente a la de la referencia, así lo hace y funciona.

Otro sector caótico es el del antiguo Liceo Cevallos (tampoco se su nombre “post moderno”); la densidad de tráfico de la calle Bolívar, el alto número de alumnos de este establecimiento, la maleducada costumbre de parquearse en doble fila, el pertinaz abuso de esas busetas de “transporte educativo e institucional” (así se autodenominan), la numerosa ola de vendedores ambulantes dueños de las veredas, incrementan inmensamente el riesgo al que están sometidos estudiantes y peatones.

Algo se tendrá que hacer. Es imperioso.

Andrés Pachano

Circule usted en un vehículo, sea en un automóvil o en un bus de transporte urbano por ejemplo, a la hora de ingreso o salida de los centros educativos en el centro de la urbe y le invadirá el miedo o al menos se le crispará el ánimo. Circulará usted por esas calles, presa de la incertidumbre en la espera de que algún inquieto niño se cruce de improviso por esas vías repletas de carros, unos que se movilizan, otros parqueados en las veredas y muchos haciendo doble fila; circulará usted por calles atestadas de vendedores ávidos de captar el apetito de infantes golosos. Vivirá entonces momentos de inquietante furor de su adrenalina. El riesgo de un accidente es grande. Cierto es que existe presencia de Agentes Municipales de Tránsito que ayudan al orden y contribuyen a la seguridad y fluidez del tránsito, verdad es que minimizan el riesgo, pero no son suficientes para eliminarlo.

Hay ejemplos patentes; referiré solo dos. El uno, altamente riesgoso dada la densidad de tráfico vehicular, es el que se produce en la calle Montalvo a la altura del puente Luis A. Martínez, en el sitio que funciona el establecimiento que antes lo conocíamos como Jardín de Infantes Irene Caicedo (no sé como se llamará ahora en esta “edad post moderna”); es caótico el tránsito por el sector en horas de ingreso y salida de clases de niños en edad preescolar. ¿Por qué no hacerlo, no por la calle Montalvo (dígase puente Luis A. Martínez), sino por la calle La Delicia, que tiene menor índice de tránsito?; una escuela particular, privada, adyacente a la de la referencia, así lo hace y funciona.

Otro sector caótico es el del antiguo Liceo Cevallos (tampoco se su nombre “post moderno”); la densidad de tráfico de la calle Bolívar, el alto número de alumnos de este establecimiento, la maleducada costumbre de parquearse en doble fila, el pertinaz abuso de esas busetas de “transporte educativo e institucional” (así se autodenominan), la numerosa ola de vendedores ambulantes dueños de las veredas, incrementan inmensamente el riesgo al que están sometidos estudiantes y peatones.

Algo se tendrá que hacer. Es imperioso.

Andrés Pachano

Circule usted en un vehículo, sea en un automóvil o en un bus de transporte urbano por ejemplo, a la hora de ingreso o salida de los centros educativos en el centro de la urbe y le invadirá el miedo o al menos se le crispará el ánimo. Circulará usted por esas calles, presa de la incertidumbre en la espera de que algún inquieto niño se cruce de improviso por esas vías repletas de carros, unos que se movilizan, otros parqueados en las veredas y muchos haciendo doble fila; circulará usted por calles atestadas de vendedores ávidos de captar el apetito de infantes golosos. Vivirá entonces momentos de inquietante furor de su adrenalina. El riesgo de un accidente es grande. Cierto es que existe presencia de Agentes Municipales de Tránsito que ayudan al orden y contribuyen a la seguridad y fluidez del tránsito, verdad es que minimizan el riesgo, pero no son suficientes para eliminarlo.

Hay ejemplos patentes; referiré solo dos. El uno, altamente riesgoso dada la densidad de tráfico vehicular, es el que se produce en la calle Montalvo a la altura del puente Luis A. Martínez, en el sitio que funciona el establecimiento que antes lo conocíamos como Jardín de Infantes Irene Caicedo (no sé como se llamará ahora en esta “edad post moderna”); es caótico el tránsito por el sector en horas de ingreso y salida de clases de niños en edad preescolar. ¿Por qué no hacerlo, no por la calle Montalvo (dígase puente Luis A. Martínez), sino por la calle La Delicia, que tiene menor índice de tránsito?; una escuela particular, privada, adyacente a la de la referencia, así lo hace y funciona.

Otro sector caótico es el del antiguo Liceo Cevallos (tampoco se su nombre “post moderno”); la densidad de tráfico de la calle Bolívar, el alto número de alumnos de este establecimiento, la maleducada costumbre de parquearse en doble fila, el pertinaz abuso de esas busetas de “transporte educativo e institucional” (así se autodenominan), la numerosa ola de vendedores ambulantes dueños de las veredas, incrementan inmensamente el riesgo al que están sometidos estudiantes y peatones.

Algo se tendrá que hacer. Es imperioso.

Andrés Pachano

Circule usted en un vehículo, sea en un automóvil o en un bus de transporte urbano por ejemplo, a la hora de ingreso o salida de los centros educativos en el centro de la urbe y le invadirá el miedo o al menos se le crispará el ánimo. Circulará usted por esas calles, presa de la incertidumbre en la espera de que algún inquieto niño se cruce de improviso por esas vías repletas de carros, unos que se movilizan, otros parqueados en las veredas y muchos haciendo doble fila; circulará usted por calles atestadas de vendedores ávidos de captar el apetito de infantes golosos. Vivirá entonces momentos de inquietante furor de su adrenalina. El riesgo de un accidente es grande. Cierto es que existe presencia de Agentes Municipales de Tránsito que ayudan al orden y contribuyen a la seguridad y fluidez del tránsito, verdad es que minimizan el riesgo, pero no son suficientes para eliminarlo.

Hay ejemplos patentes; referiré solo dos. El uno, altamente riesgoso dada la densidad de tráfico vehicular, es el que se produce en la calle Montalvo a la altura del puente Luis A. Martínez, en el sitio que funciona el establecimiento que antes lo conocíamos como Jardín de Infantes Irene Caicedo (no sé como se llamará ahora en esta “edad post moderna”); es caótico el tránsito por el sector en horas de ingreso y salida de clases de niños en edad preescolar. ¿Por qué no hacerlo, no por la calle Montalvo (dígase puente Luis A. Martínez), sino por la calle La Delicia, que tiene menor índice de tránsito?; una escuela particular, privada, adyacente a la de la referencia, así lo hace y funciona.

Otro sector caótico es el del antiguo Liceo Cevallos (tampoco se su nombre “post moderno”); la densidad de tráfico de la calle Bolívar, el alto número de alumnos de este establecimiento, la maleducada costumbre de parquearse en doble fila, el pertinaz abuso de esas busetas de “transporte educativo e institucional” (así se autodenominan), la numerosa ola de vendedores ambulantes dueños de las veredas, incrementan inmensamente el riesgo al que están sometidos estudiantes y peatones.

Algo se tendrá que hacer. Es imperioso.