Aniversarios

Jaime López

La condición humana define al ser de tantas maneras como tales existen, pero sus imperativos deben cumplirse como condición para conformar la vida plena, donde el pasado es un tesoro, el presente es disfrutarlo y el futuro está lleno de incógnitas y probabilidades . La humana condición es la ternura de arroparse con recuerdos cuando se cumplen los aniversarios y decorarlos con el hermoso ramillete de colores y olores profundos llamados nostalgia, que debe ser regado con frecuencia con el rocío mañanero de lágrimas que brotan del alma, antes que el aniversario pase. El calendario nos trae el mes de noviembre como un mes especial para rememorar a nuestros ausentes, que no deberían llamarse difuntos, porque siempre están donde deben, en nosotros, en los que los quisieron como suyos, en los que los disfrutaron y aprendieron de ellos como ser mejores, en los que nunca se olvidan, porque no deben hacerlo. El noviembre ecuatoriano y su día quince de aquel 1922 cuando trabajadores y mujeres dignas fueron masacrados en Guayaquil, abiertas sus entrañas y arrojados el río para que no floten, está siempre en el recuerdo de quienes asimilaron la creación de las Cruces sobre el Agua, obra inmensa de Gallegos Lara, y en la memoria de algunos testigos presenciales que supieron narrar los detalles a sus descendientes, para combatir el olvido, uno de aquellos seres que presenció algo de esa barbarie, regresó a su lugar natal, Ambato, año 1932, para desarrollar su actividad comercial aprendida junto a las riberas del Guayas, y convertirse en un símbolo de lo que ha sido la característica de esta ciudad de provincia, integrando con otros comerciantes la ciudad cosmopolita, que supo acoger con beneplácito a extraños y coterráneos ecuatorianos, quienes fueron estandartes del crecimiento que nunca desmayó, a pesar de los rigores de un terremoto que pudo ser devastador en otros lugares, pero no con la ambateñía y con la respuesta que recibió de sus habitantes. Cuando la memoria de las generaciones mantiene latente la honestidad como desarrollaba su actividad de servicio a los demás, su nombre está allí como comparación y ejemplo y no hace falta mencionarlo, solo recordar que un mes de noviembre, treinta y un años atrás, junto con su pareja, de manera cruel y dolorosa un accidente los sorprendió y los volvió justos protagonistas de un aniversario que no debe olvidarse jamás.

Jaime López

La condición humana define al ser de tantas maneras como tales existen, pero sus imperativos deben cumplirse como condición para conformar la vida plena, donde el pasado es un tesoro, el presente es disfrutarlo y el futuro está lleno de incógnitas y probabilidades . La humana condición es la ternura de arroparse con recuerdos cuando se cumplen los aniversarios y decorarlos con el hermoso ramillete de colores y olores profundos llamados nostalgia, que debe ser regado con frecuencia con el rocío mañanero de lágrimas que brotan del alma, antes que el aniversario pase. El calendario nos trae el mes de noviembre como un mes especial para rememorar a nuestros ausentes, que no deberían llamarse difuntos, porque siempre están donde deben, en nosotros, en los que los quisieron como suyos, en los que los disfrutaron y aprendieron de ellos como ser mejores, en los que nunca se olvidan, porque no deben hacerlo. El noviembre ecuatoriano y su día quince de aquel 1922 cuando trabajadores y mujeres dignas fueron masacrados en Guayaquil, abiertas sus entrañas y arrojados el río para que no floten, está siempre en el recuerdo de quienes asimilaron la creación de las Cruces sobre el Agua, obra inmensa de Gallegos Lara, y en la memoria de algunos testigos presenciales que supieron narrar los detalles a sus descendientes, para combatir el olvido, uno de aquellos seres que presenció algo de esa barbarie, regresó a su lugar natal, Ambato, año 1932, para desarrollar su actividad comercial aprendida junto a las riberas del Guayas, y convertirse en un símbolo de lo que ha sido la característica de esta ciudad de provincia, integrando con otros comerciantes la ciudad cosmopolita, que supo acoger con beneplácito a extraños y coterráneos ecuatorianos, quienes fueron estandartes del crecimiento que nunca desmayó, a pesar de los rigores de un terremoto que pudo ser devastador en otros lugares, pero no con la ambateñía y con la respuesta que recibió de sus habitantes. Cuando la memoria de las generaciones mantiene latente la honestidad como desarrollaba su actividad de servicio a los demás, su nombre está allí como comparación y ejemplo y no hace falta mencionarlo, solo recordar que un mes de noviembre, treinta y un años atrás, junto con su pareja, de manera cruel y dolorosa un accidente los sorprendió y los volvió justos protagonistas de un aniversario que no debe olvidarse jamás.

Jaime López

La condición humana define al ser de tantas maneras como tales existen, pero sus imperativos deben cumplirse como condición para conformar la vida plena, donde el pasado es un tesoro, el presente es disfrutarlo y el futuro está lleno de incógnitas y probabilidades . La humana condición es la ternura de arroparse con recuerdos cuando se cumplen los aniversarios y decorarlos con el hermoso ramillete de colores y olores profundos llamados nostalgia, que debe ser regado con frecuencia con el rocío mañanero de lágrimas que brotan del alma, antes que el aniversario pase. El calendario nos trae el mes de noviembre como un mes especial para rememorar a nuestros ausentes, que no deberían llamarse difuntos, porque siempre están donde deben, en nosotros, en los que los quisieron como suyos, en los que los disfrutaron y aprendieron de ellos como ser mejores, en los que nunca se olvidan, porque no deben hacerlo. El noviembre ecuatoriano y su día quince de aquel 1922 cuando trabajadores y mujeres dignas fueron masacrados en Guayaquil, abiertas sus entrañas y arrojados el río para que no floten, está siempre en el recuerdo de quienes asimilaron la creación de las Cruces sobre el Agua, obra inmensa de Gallegos Lara, y en la memoria de algunos testigos presenciales que supieron narrar los detalles a sus descendientes, para combatir el olvido, uno de aquellos seres que presenció algo de esa barbarie, regresó a su lugar natal, Ambato, año 1932, para desarrollar su actividad comercial aprendida junto a las riberas del Guayas, y convertirse en un símbolo de lo que ha sido la característica de esta ciudad de provincia, integrando con otros comerciantes la ciudad cosmopolita, que supo acoger con beneplácito a extraños y coterráneos ecuatorianos, quienes fueron estandartes del crecimiento que nunca desmayó, a pesar de los rigores de un terremoto que pudo ser devastador en otros lugares, pero no con la ambateñía y con la respuesta que recibió de sus habitantes. Cuando la memoria de las generaciones mantiene latente la honestidad como desarrollaba su actividad de servicio a los demás, su nombre está allí como comparación y ejemplo y no hace falta mencionarlo, solo recordar que un mes de noviembre, treinta y un años atrás, junto con su pareja, de manera cruel y dolorosa un accidente los sorprendió y los volvió justos protagonistas de un aniversario que no debe olvidarse jamás.

Jaime López

La condición humana define al ser de tantas maneras como tales existen, pero sus imperativos deben cumplirse como condición para conformar la vida plena, donde el pasado es un tesoro, el presente es disfrutarlo y el futuro está lleno de incógnitas y probabilidades . La humana condición es la ternura de arroparse con recuerdos cuando se cumplen los aniversarios y decorarlos con el hermoso ramillete de colores y olores profundos llamados nostalgia, que debe ser regado con frecuencia con el rocío mañanero de lágrimas que brotan del alma, antes que el aniversario pase. El calendario nos trae el mes de noviembre como un mes especial para rememorar a nuestros ausentes, que no deberían llamarse difuntos, porque siempre están donde deben, en nosotros, en los que los quisieron como suyos, en los que los disfrutaron y aprendieron de ellos como ser mejores, en los que nunca se olvidan, porque no deben hacerlo. El noviembre ecuatoriano y su día quince de aquel 1922 cuando trabajadores y mujeres dignas fueron masacrados en Guayaquil, abiertas sus entrañas y arrojados el río para que no floten, está siempre en el recuerdo de quienes asimilaron la creación de las Cruces sobre el Agua, obra inmensa de Gallegos Lara, y en la memoria de algunos testigos presenciales que supieron narrar los detalles a sus descendientes, para combatir el olvido, uno de aquellos seres que presenció algo de esa barbarie, regresó a su lugar natal, Ambato, año 1932, para desarrollar su actividad comercial aprendida junto a las riberas del Guayas, y convertirse en un símbolo de lo que ha sido la característica de esta ciudad de provincia, integrando con otros comerciantes la ciudad cosmopolita, que supo acoger con beneplácito a extraños y coterráneos ecuatorianos, quienes fueron estandartes del crecimiento que nunca desmayó, a pesar de los rigores de un terremoto que pudo ser devastador en otros lugares, pero no con la ambateñía y con la respuesta que recibió de sus habitantes. Cuando la memoria de las generaciones mantiene latente la honestidad como desarrollaba su actividad de servicio a los demás, su nombre está allí como comparación y ejemplo y no hace falta mencionarlo, solo recordar que un mes de noviembre, treinta y un años atrás, junto con su pareja, de manera cruel y dolorosa un accidente los sorprendió y los volvió justos protagonistas de un aniversario que no debe olvidarse jamás.