Ese viejo árbol…

Ángel Polibio Chaves

A su sombra se habrán tejido tantos sueños, soñado tantos anhelos, anhelado tantos amores; a su sombra, transitaron tantas vidas… Si, a la sombra de ese viejo árbol, que es como parte de nuestra vida y por eso lo queremos y aunque no sabemos si es posible que perviva, quisiéramos que viva para siempre; ese viejo árbol de corcho que se nos dijo estaba en peligro de ser destruido, seguramente porque a sus años había pocas esperanzas de que sanara, de que sus hojas volvieran a reverdecer y que aquella herida que veíamos en su tronco seguramente sanaría. Por eso la noticia de su posible destrucción nos alarmó y muchas voces se alzaron y advirtieron que no lo permitiríamos y se nos consoló con la afirmación categórica de que ello no ocurriría.

Más allá del episodio vivido hace pocos días, me sorprendió la inmediata reacción de quienes, había pensado yo, no se preocuparían por ese viejo árbol; que no evidenciarían como lo hicieron, con nostalgia y casi con enojo, su angustia por lo que podía pasar con él, y encontré aquello como la mejor manifestación de que hay conciencia de lo que está pasando en el mundo y que más allá de la retórica ambientalista, debemos actuar para que ‘nuestra casa’ no siga destruyéndose, pues esta, nuestra casa, es tierra sagrada, que sagrada es el agua y sagrado el aire; que somos solamente sus ocupantes pasajeros y que hemos de entregarla como la recibimos, porque detrás de nosotros vienen otras personas, a las que decimos amar por ser nuestros hijos, pero a los que debemos por lo menos entregar un mundo habitable.

Por ello, así como defendimos al viejo árbol, debemos defender nuestra vieja casa, aunque sea con pequeñas acciones que sumadas a las que otros realizan, significarán días más limpios, más bonitos…