Una generación para el sacrificio

Muchos ecuatorianos correctos han tenido el mal hábito de creer que, si trabajan bien, pueden hacer de Ecuador un país desarrollado lo suficientemente rápido como para alcanzar a disfrutarlo. No solo han juzgado que el desarrollo dentro del lapso de una generación es posible, sino que han terminado convenciéndonos de que cualquier proceso que requiera un tiempo mayor a ese es absurdo e indigno de consideración. Pero esta creencia no es apenas errónea, sino que también despertó durante mucho tiempo una urgencia por cosechar que ha perjudicado inmensamente a las generaciones venideras.

Los ecuatorianos que ahora entran en edad de retiro crecieron en un país más duro. Sin embargo, también tuvieron la dicha de empezar prácticamente sin deuda externa, tener dos booms petroleros y contar con el bono demográfico. Ecuador todavía recibía una cantidad considerable de ayuda internacional y, si todo iba mal, no había visas que les impidiera probar suerte en países más ricos. Hoy, tras haber trabajado y vivido a lo largo del mayor proceso de crecimiento económico de la historia del país, la inmensa mayoría vive mejor de lo que empezó e, incluso, los que pudieron contar con un empleo formal han logrado hacerse con una pensión de jubilación en dólares.

En contraste, los jóvenes que ahora salen al mundo laboral son la generación mejor educada y más globalizada de nuestra historia. Pero tendrán que asumir una deuda de cerca de la mitad del PIB y reflotar una seguridad social y un Estado quebrados; y lo harán sin gran ayuda internacional, sin bono demográfico, ante la competencia de un mundo globalizado y frente a un probable fin de la era petrolera.

Con suerte, los ecuatorianos que verán a Ecuador desarrollado serán los hijos de los que recién comienzan a nacer. Mientras, si los jóvenes que ahora empiezan a trabajar consiguen, en unas cuantas décadas, sanear las finanzas del país y sentar un crecimiento económico significativo, ya habrán cumplido con creces su tarea histórica. A la larga, son la generación en la que todas las esperanzas están puestas, pese a que su presente y al menos la mitad de su futuro fueron hipotecados por quienes los precedieron.

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