Comunicación y cultura

Pablo Escandón Montenegro

Para muchas instituciones públicas de la ¿industria? cultural, la comunicación es una herramienta de difusión de actividades corporativas. Para los directivos de las vinculadas con el arte, el patrimonio y el entretenimiento, comunicación es un área donde cae todo lo no importante, lo coyuntural, porque todo puede salir: contrataciones de última hora, procesos que nada tienen que ver con el ámbito comunicacional y hasta compras.

Los funcionarios públicos de la cultura ven en la comunicación una plataforma única de ‘imagen’ personal, de relumbre y fulgor entre sus pares con informes ‘bonitos’, con presentaciones de ‘power point’ dinámicas que destacan su labor como únicos, importantes e indispensables, para que todos sus acólitos piensen que sin ellos la institución cultural no iría a ningún lugar.

No entienden de comunicación. Ese mal está enraizado en las instituciones educativas, donde se enseña la comunicación corporativa como una herramienta empresarial y de captación de clientes, de consumidores, y donde no se matiza la cultura de donde proviene el cliente. Se los identifica solo con niveles socioeconómicos y educativos, pero no de tradiciones, usos y apropiaciones, donde interviene el comunicador cultural.

Los comunicadores de la cultura son estrategas que trazan planes y programas a futuro, como es el proceso cultural. No se ciñen a una acción puntual, que es la que quiere su jefe/actor cultural, quien no mira su labor como un trabajo a largo plazo, sino de efecto inmediato para su beneficio, que no es directamente proporcional al de la institución ni al del público.

La comunicación y la cultura son ámbitos estrechamente vinculados que los actores culturales consideran divorciados, porque los miran desde lo particular y no desde lo social y como proceso integral.

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