Por fin Senplades

Daniel Marquez Soares

A lo largo de sus diez años de reinado, las simpatías y opiniones de Correa variaron muchísimo. Unos años fue un izquierdista colectivista y ecologista, otros un autoritario desarrollista; tuvo una época de aspirante a tirano paranoico y otra de caudillo rentista a la vieja usanza. Con cada nuevo giro, algunos colaboradores conquistaban su favor y otros caían en desgracia.

Alberto Acosta, Ruptura de los 25, Fabricio Correa, Fernando Bustamante, Gustavo Larrea, César Rodríguez, Pedro Delgado, Carlos Pareja; todos en algún momento fueron cercanos a un gobernante que, al momento de elegir a su equipo, oscilaba entre coidearios ideológicos y amigos de colegio. Todos subían y caían, menos los de la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo.

Eso es lo que hace tan odiosa a la gente de Senplades: su mojigata impunidad, típica de una casta sacerdotal que esconde el pernicioso efecto de sus ideas tras un hipócrita halo de superioridad moral, pureza doctrinaria e inofensivo idealismo.

Sus funcionarios, al igual que los capellanes que bendecían a los tanques y conscriptos de los ejércitos de antaño, eran los encargados de darle un barniz de santidad ideológica al saqueo sistemático orquestado por el régimen y de convencer a la infantería de a pie de que algo había de correcto y de puro en todo esa vorágine nauseabunda. Esa institución y sus altos mandos eran intocables; eran los sumos sacerdotes del izquierdismo, garantes morales y teóricos del régimen, sin cuya venia era imposible gobernar. No es justo que Senplades haya gozado de la paz y de la inmunidad que tanto anhelan los teóricos.

Su burocracia sobrepagada e inflada fue la directora y certificadora del despilfarro generalizado de la década. Fueron los directores de orquesta de los primeros años del correísmo y sus vendedores de indulgencias durante los últimos. Su charlatanería, plasmada en infinitos foros e informes, le costó billones al país y todos los insultantes elefantes blancos del correísmo fueron creados, impulsados y defendidos por ella.

Alegra ver que esa perversa institución llegue a su fin. Ojalá que sus antiguos cabecillas tengan que rendir cuentas pronto.

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