Juan Pablo Castro

Una de las más enigmáticas obras del arte renacentista es la clave que concatena las historias que conforman la última novela del escritor cuencano Juan Pablo Castro Rodas, ‘El jardín de los amores caníbales’.

“Un jardín es una estructura aparentemente ordenada, pero, si te alejas un poco, es caótica, porque las ramas, pétalos, raíces están entremezcladas. Lo único que junta a todas es la idea de la flor. En el caso de mi novela, lo que une todas las historias es el amor o el desamor”, dice el autor, quien se inspiró en el cuadro ‘El jardín de las delicias’, del artista flamenco Jheronimus Bosch (conocido en España como ‘el Bosco’).

Simulando el caos y la exuberancia de la pintura en su estructura narrativa, el escritor crea una historia ficcional atravesada por la anécdota y la emoción, a través de una trama compleja y envolvente que desentraña la experiencia personal y a la vez universal del amor y el sexo, en toda su voluptuosidad y catástrofe.

El origen de la novela se remonta a una vivencia personal de Castro, que se transforma en el eje de la trama. “Esa experiencia fue muy conmovedora, fue una epifanía. Había perdido a mi hermana hace unos años y vivía distante de la realidad, en una especie de desierto. Durante muchos meses no tenía nada que decir en mi escritura. Hice este viaje a unas aguas termales de Colombia, y esta amiga, mientras estábamos dentro de la piscina y veíamos los cuerpos semi-sumergidos y la neblina y el vapor, me dijo: ‘¿no le parece una escena del jardín de las delicias?’”.

AUTOR. Castro recibió el Premio Joaquín Gallegos Lara de Novela en 2014 y y 2016, y el Premio Nacional de Cuento José Félix Silva en 2015.
AUTOR. Castro recibió el Premio Joaquín Gallegos Lara de Novela en 2014 y y 2016, y el Premio Nacional de Cuento José Félix Silva en 2015.

La revelación desató en el autor una escritura impulsiva, guiada por la intuición, que tuvo como resultado la novela de más de 300 páginas que publicó con la editorial independiente Doble Rostro. Castro, cuyos últimos títulos fueron publicados por Alfaguara, dice que tuvo claro desde el principio que ‘El jardín…’ no era una novela que correspondiera a “las convenciones mercantiles de los grupos trasnacionales, que quieren generar lectores fáciles, que no tengan que conflictuarse frente al texto”.

Es una obra que demanda el compromiso del lector y requiere una generosidad para sentir a esa voz que le va contando. Sin las editoriales independientes, agrega Castro, la publicación de este tipo de textos no sería posible. “El presente y el futuro de la literatura está en las editoriales independientes, que están al margen de las grandes trasnacionales, pero también pueden convertirse en objetos de circulación; en editoriales dignas, prestigiosas que se conviertan en territorios fecundos para que otro tipo de literaturas circulen. De lo contrario nos vamos a ahogar frente al bombardeo salvaje del mundo comercial”.

¿Cómo escribir sobre el amor en una época en que se lo está cuestionando y redefiniendo constantemente?

La clave es hacerlo con honestidad. Para este libro traté de conectar directamente las emociones que sentía con el ejercicio de la escritura: no construir un postulado alrededor del cuerpo, de la sexualidad, ni el amor, sino solamente novelar aquellas emociones que me son propias, aquellas ideas que tengo respecto del amor en tanto una experiencia personal, o una experiencia de los amigos, de otras obras literarias, de las películas. Creo que ese acto de ‘transparencia’ me ha liberado de pensar si mi novela responde a convenciones, a lugares comunes y a ataduras culturales.

La novela destruye el ideal del amor, decir que ‘el amor es un acto caníbal’ implica que el amor es violento.

La violencia se exhibe porque hay muchas conquistas civiles y grupos humanos, de mujeres fundamentalmente, que han creado plataformas de discusión y de exigencia. Pero, el amor siempre ha sido un acto caníbal, de devoración del otro. Cada vez que uno se entrega a otra persona está dejando que le consuma. Cuando una persona le cuenta a otra lo que ha supuesto su vida, ese otro se alimenta de ese pasado. Cuando le cuenta sus sueños, sus aspiraciones, cuando le entrega el presente. Yo entiendo el canibalismo no solamente como el acto de la violencia física, sino de consumir a ese otro en el día a día.

Por otro lado, el ideal romántico del siglo XIX y del XX, que pensaba que la institución del matrimonio iba a ser el paradigma de la época, no es que se ha destruido, yo creo que ha cambiado, se ha transmutado y pienso que la única posibilidad de sobrevivir en las relaciones amorosas es pensarlas como un presente. Como un hecho diario, sin posibilidad de proyectarse a futuro, de tal manera que esa ficción que crean los dos sujetos sea posible de redefinirse cada día.

Un elemento importante en la novela es la biografía. ¿Qué lecturas le llevaron a indagar en este género?

Quise crear un narrador que se distancie un poco de la voz personal y jugar con que la biografía parecería un camino y un archivo de la verdad, pero también es solamente una versión. Empecé a leer biografías de manera muy convencional, con los libros sobre el Che Guevara, porque mis papás eran socialistas. Después me fui acercando a un territorio que siempre me pareció mucho más fuerte, que eran las biografías sobre mujeres, en parte, porque mi mamá fue feminista y tenía la vida de las mujeres como gran referente para su propia vida.

La ciudad es una presencia en el texto. El Ecuador de nuestros días es por completo distinto al que imaginaron los escritores de generaciones pasadas, ¿cómo ficcionalizarlo?

Venía intentando construir un escenario que no sea colorido, folclórico, costumbrista, que no exponga los supuestos signos culturales de identidad, sino escenarios dramáticos que parten de la proximidad que uno tiene con esa realidad. La ciudad es un escenario en donde se proyectan las melancolías o alegrías de los personajes porque así es como vivimos. Pero no quise que sea la búsqueda de una mitificación de la ciudad, porque nuestras ciudades ya no tienen nada de eso. Yo no creo en la localidad absoluta, singular y específica, que haga que los quiteños, los cuencanos o los guayaquileños tengamos elementos tan propios que son únicos. Mis ciudades tienden a ser mucho más amplias, más universales que aquellos reductos clásicos de otras etapas de la literatura donde lo local estaba con colores y nombres exactos. (AA)

La última novela de Juan Pablo Castro sume al lector en una búsqueda incesante del amor, el deseo y la felicidad.