Ceniza y polvo

Recordar que el polvo nos hizo es una imagen bíblica que tiene relación con la creación del mundo y del ser humano. Somos polvo y al polvo volveremos, dicen los sacerdotes, lo cual indica que venimos del barro, como el que formaron los dioses de Huarochiri y del Popol Vuh, pero estos hombres de barro no eran perfectos.

Quizá la ceniza que simboliza el polvo, también tiene que ver con todos los hombres y mujeres que se quemaron por defender sus ideales y fueron considerados herejes, brujas y demonios. La ceniza es producto de la combustión y del fuego, del fuego del amor o de la ira, de la desesperación o del abandono.

“Polvo serán, mas polvo enamorado” es el verso final de Amor constante, más allá de la muerte, escrito por Francisco de Quevedo. “Y cuando llegue ella, yo me haré polvo de estrellas” canta Guardarraya. Y Drexler canta que “no dejaremos huella, solo polvo de estrellas”.

Polvo y ceniza no son lo mismo. La ceniza es pesada, el polvo es leve. La ceniza se va al fondo y el polvo se eleva. Ser polvo de estrellas es querer trascender de una manera anónima. Ser ceniza es dejar huella. Por eso, los sacerdotes marcan la frente con ceniza, no con polvo.

¿Nuestras cenizas serán parte del polvo? ¿El polvo que seremos podrá ser estelar? Nada más complicado que pensar en la muerte, pero hoy nos recogemos a meditar lo que hecho en días pasados, porque la ceniza pesa en la frente y deja huella de lo que hicimos en el Carnaval, en ese rastro de libertad.

Pero qué ceniza puede valer en este Carnaval donde no pudimos mojarnos ni ver a los camaradas del desenfreno. Para qué ponernos la ceniza en la frente si muchos han partido y son polvo de estrellas, números que solo importan para quienes dejaron huella en su vida.

La vacuna contra el Covid-19, ministro Zevallos y presidente Moreno, es la única señal que queremos ponernos. Pero qué saben ustedes de cenizas y marcas, si solo son polvo que se limpia con el plumero.